¿Qué hace un premio Nadal de novela en este comedor social?
De las historias de Manuel, nonagenario abocado a dormir en la calle, y otros sintecho, a las experiencias de los voluntarios que combaten este mal social
Son las nueve de la mañana y Manuel descansa en la butaca de un despacho parroquial. Afuera, desde la puerta hasta casi el altar mayor de la iglesia de San Antón (Madrid), hay más personas que dormitan repartidas en las filas de bancos, a pesar del ruido que provocan unos operarios ocupados en reparaciones. Unos cuantos, al pie de la nave central, se aferran a un vaso de cartón con café caliente, desayunan o pasan por orden al baño. Velando por todos está el padre Ángel. Manuel, al que el sacerdote le cedió la silla de su oficina (“¿Cómo iba a quedarme tranquilo conociendo su situación?”, dice), tiene 90 años y llevaba tres meses durmiendo en la calle cuando se toparon con él. Cobra una pensión pero había dejado de poder permitirse el alquiler del piso donde vivía y del cual lo desahuciaron, y no le quedaba ningún pariente que le echara una mano para buscar otro alojamiento. Pronto, sin embargo, ingresará en una residencia, gracias al padre Ángel y a los cientos de voluntarios que colaboran con la ONG que fundó, Mensajeros de la Paz. Esa fue la clase de estampa que, en uno de sus paseos por el centro de Madrid, atrajo la atención del escritor Germán Sánchez Espeso, premio Nadal en 1978, el tipo de escena allí habitual que lo empujó a asomarse a la única iglesia cuyas puertas nunca se cierran.