La rifa del Waterloo
En un estado donde ciertamente la violencia contra las mujeres es un problema gravísimo, pero donde también son evidentes los esfuerzos oficiales por equilibrar y subsanar este deleznable fenómeno a través de programas de apoyo (tanto en seguridad física como económica), refugios, terapias para víctimas y agresores y otros esfuerzos, solo bastaba un error, un paso mal calculado, para que las previas protestas de género se volvieran exponenciales.
Y llegó la chispa. Integrantes de un colectivo feminista junto con menores de edad, sus hijos, tomaron el pasado jueves unas oficinas de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de México en Ecatepec, exigiendo remoción de funcionarios de cuarto nivel municipal. Detener esa acción quizá no estaba en manos de nadie, pero hasta ahí el asunto aún era manejable, con paciencia y buena disposición.
Pero no las hubo. En la madrugada del viernes, 11 mujeres (una embarazada), dos hombres y siete niños fueron desalojados. Agentes de la Fiscalía estatal se los llevaron al Centro de Justicia en Atizapán. El escándalo y la indignación fueron mayúsculos, y la papa caliente empezó a ser arrojada de mano en mano.
Que si nadie levantó el teléfono para pedir el desalojo, que si antes bien la comisión iba a defender a las mujeres que habían allanado su propia sede, que si la FGJEM actuó “de oficio” por flagrancia… Equivale a pensar que los ministeriales iban pasando por ahí y se dijeron “mira, pareja, me pareció ver ahí dentro a unas delincuentes y a sus hijos. Vamos por ellas”. Absurdo.
De inmediato, el gobernador Alfredo Del Mazo, que precisamente ha basado su política sexenal en el respaldo a las mujeres, expresó su reprobación.
Pero el impacto estaba dado. A la acción policiaca vino la reculada de la Codhem que las liberó de Atizapán, luego la revancha feminista en las mismas oficinas en Ecatepec, con incendio incluido, parecía consecuencia lógica. Pero esta vez ya nadie actuó de “oficio”. Vamos, ni los bomberos.
El delicado equilibrio ya había sido roto por una torpeza e imprudencia; la fiera política ya había olfateado una presa. Diputados locales exigieron justicia y comparecencias, más grupos feministas comenzaron protestas, amén de que las redes sociales hicieron lo suyo. De plano ya se involucró hasta la ONU y la CIDH.
En una entidad entre la grilla de la antesala de una elección intermedia, con los ánimos crispados igual que en el resto del país… ¿A quién se le pareció buena idea sentarse a jugar con cerillos sobre un barril de pólvora?
Dicen que el Doctor Olvera, cuyo auge se dio en tiempos de Eruviel Ávila, ahí en su oficina de Nicolás San Juan 113 está averiguando si algún hacker sabe cómo borrar mensajes enviados de whatsapp.