‘Bronco, la serie’ y ‘Villa Woyzeck Town’
Qué cosa tan más hermosa Bronco, la serie. La vi toda. Terminó el martes. Y todavía estoy emocionado, sorprendido, conmovido.
¿Por qué? Primero, porque este asunto de los bioseries tiende a ser repetitivo. Segundo, porque el mundo grupero jamás se ha distinguido por su alta emotividad.
Y tercero, porque la mayoría de los actores que participa en esta clase de emisiones como que trabaja en automático.
Bronco, la serie siempre fue un caso aparte. En lugar de abrir y cerrar con el mismo concierto, abrió, cerró como a la mitad, volvió a abrir y volvió a cerrar. Sí tiene aportaciones en términos estructurales.
¿Y qué me dice del manejo de emociones? No sé para usted, pero para mí la música grupera es o fiesta o borrachera. Viendo este concepto descubrí otra realidad, aprendí a amar a toda la gente que trabaja en esta industria y en más de una ocasión estuve a punto de soltar la lágrima.
Desde la perspectiva de los sentimientos, Bronco es una serie hermosa, desgarradora. ¡Cuánto sufrieron estos hombres! ¡Cuánto tenemos que aprender de su tenacidad, de su valentía y de sus valores como el amor, la amistad y la humildad!
Gracias a todos los involucrados en esta producción por regalarnos algo tan bello en tiempos de odio, en tiempos de narcoseries pero, sobre todo, gracias a sus actores.
No hay manera de ver ahí a personalidades como Luis Alberti, Baltimore Beltrán, Yigale Yadin, Raúl Sandoval, Hernán Mendoza y Betty Monroe, y no admirar su talento, su transformación, su entrega.
¡Qué bárbaros! ¡Qué cosa tan más hermosa! ¿A poco no? Busque las repeticiones.
Inmersión
Woyzeck es un clásico del teatro universal, una obra maestra de las letras alemanas que se ha hecho hasta en cine y, por increíble que parezca, viene mucho al caso con la realidad de hoy.
Xavier Villanova es un joven dramaturgo que a muchos nos dejó con la boca abierta convirtiendo Casa de muñecas en Dream House, una joya espectacular de la que le escribí hace meses.
El fin de semana pasado me invitaron a ver Villa Woyzeck Town de Xavier Villanova a una casa cerca del Teatro Telcel. Sí, a una casa. ¡No sabe usted qué experiencia tan más energizante!
Por un lado, el señor adaptó Woyzeck a México. Lo hizo excelente. Y eso duele porque estamos hablando de un texto que trata, entre muchos temas, de la aniquilación de un hombre bueno.
Pero, por el otro, es una puesta en escena de inmersión total. ¿Qué significa esto? Que la obra se desarrolla, al mismo tiempo, en todos los espacios de esa casa.
Y uno va, viene, sube, baja, se sienta, toma mezcal, baila, reza, come, juega y persigue a los actores de la cocina a la recámara principal, de las escaleras a la sala, de la otra recámara a la cochera.
Yo al principio no sabía ni qué hacer porque los actores, sensacionales todos, interactúan con uno, pero muy grueso, llorando, riendo, insultando.
Luego agarré la onda, me piqué y vi cómo todos los que estábamos ahí íbamos entrando en un gran juego de emociones hasta llegar un clímax colectivo de lo más intenso que usted se pueda imaginar.
¡Qué gran trabajo! Ojalá que pronto lo repongan porque éstas son las cosas que vale la pena vivir cuando hablamos de teatro. ¿A poco no?
alvaro.cueva@milenio.com