El mes de mayo abre la puerta a una «nueva normalidad» en la que nada será normal. Una «nueva normalidad» en la que nos miraremos como extraños, nos saludaremos desde lejos, nos evitaremos en las aceras, nos reconoceremos detrás de una mascarilla, nos negaremos la mano. Una normalidad sin cercanías que en mi tierra,en este lejano oeste,son el principal tesoro. Una normalidad con miedo, sin abrazos, sin besos, sin sonrisas, no puede ser normal.
Entre la incertidumbre y la esperanza, mayo abre la puerta aun tiempo anormal que nos ha desbordado a todos. No existe un patrón previo, somos nosotros los responsables de trazarlo.
Mayo es el mes de la primavera,pero será también el tiempo de las lágrimas, del dolorque necesita ser liberado en miles de almas. De tantos hombres y mujeres angustiados que no saben si mañana le darán de comer a sus hijos. Un tiempo de cierres, Ertes y despidos, del generalizado cabreo porque quienes nos dirigen no renuncian a ni una de sus prebendas. De tantos sueños rotos, de tantos esfuerzos en vano; de tanto autónomo en tierra de nadie, de tanto bienintencionado que no sabe por dónde anda, de tanto irresponsable echando balones fuera. De recobrar el pulso y poner a funcionar el corazón del mundo. Ese es ahora el reto: sobrevivir, construir, volver a la vida.
Entiendo, me conmueve esa lágrima de Isabel Díaz Ayuso; la voz quebrada de Verónica Casado. Entre toda la bilis, todo el veneno que escupen derecha e izquierda, esas lágrimas lavan la indecencia de quienes no están a la altura ni siquiera en tiempos de guerra; de tantos medios de comunicación cómplices, unos en blanquear la tragedia; otros en crispar aún más al ciudadano hasta que todos nos despellejemos entre nosotros.
Queda mucho camino, muchas lágrimas. Hace falta mucha serenidad para equilibrar un mundo cada vez más loco, para restituir el pan, el curre y el futuro a todos. No nos han robado sólo el mes de abril. Esta «nueva normalidad» será un tiempo que sólo podremos recorrer unidos, sin atropellarnos, sin discursos vacíos en las instituciones ni guerras de pandilleros entre los amigos que votamos distinto. Nos necesitamos todos.
No sabíamos lo felices, lo libres, lo ricos que éramos aún sin un euro en la antigua normalidad.
