El 14 de mayo de 1886 es la fecha exacta en la que España, en un barco procedente de Las Palmas, pisó formalmente y por primera vez el sur del Sahara occidental para integrarla en sus dominios. Aunque la presencia canaria era ya muy fuerte en áreas como como Bojador, donde existía «Matas de los Majoreros» por pescadores procedentes de Fuerteventura, y la llamada Boca del Méano, es decir, la desembocadura del río Seguia-El-Hamra, lo que era Río de Oro estaba sin explorar.
Esa presencia era resultado de los acuerdos de la Conferencia de Berlín celebrada enrte noviembre 1884 y febrero 1885. Las potencias europeas se repartieron África. Se trata de la zona que en 1975 pasó a estar bajo dominio de Mauritania y, posteriormente, entregada a Marruecos para frenar las aspiraciones de Rabat de arrasar el espacio y establecer sus límites hasta Senega
l.
Algo más de un año de la Conferencia de Berlín, el primero en desembarcar fue el
ingeniero Julio Cervera Baviera
, inventor de la radio que, por ausencia de apoyo institucional en España se atribuye a Marconi. Tras una serie de días de calvario con las tribus obtuvo el visto bueno para establecerse y comenzar a hacer la cartografía del «Sahara occidental», que es como llama al territorio en su memoria del viaje. La misión de Cervera era en representación de la Real Sociedad Española de Geografía con cargo a los presupuestos de España y respaldos de Francisco Coello, Joaquín Costa y Segismundo Moret.
El equipo que lideró Cervera llegó y preguntó a los oriundos cómo se llamaba la franja costera y le respondieron «Dajla», en árabe «Dakhla» y que significaría «tierra entrante». Como material, además de armas de fuego, un par de brújulas, barómetros, prismáticos, podómetros, termómetros, alcohol, microscopios, y «bisutería, telas, pañuelos, tabaco, té, azúcar y dulces para utilizarlos como regalos á los jefes», indica la memoria elaborada por Cervera, que agrega: «las carabinas Winchester que han causado el asombro de los aguerridos moradores del desierto han salvado en más de una ocasión nuestras vidas».
Perseguidos
El comienzo de la exploración del Sahara enfrentó a «los rigores del clima y la barbarie y fanatismo de los naturales han sido nada en comparación de otra dificultad con que hemos tenido que luchar, nacida ó inspirada fuera del Desierto», relata Cervera. Tras la reunión de Berlín a España le correspondía el espacio que hay entre Bojador y Cabo Blanco. Debió soportar temperaturas de hasta 62 grados. Fiebres, espejismos y hambre.
Apenas existía estudios de la zona salvo la tradición oral procedente de Canarias y una empresa de capital de las islas de nombre Compañía Mercantil Hispano-Africana con base en la factoría de Villa Cisneros. Era una avanzadilla para defender intereses económicos de España.
Lo único que había útil era un pozo de agua que los pescadores canarios llamaban «Huisi Aisa», traducido por los isleños como «pocito de Jesús». Los científicos establecieron cerca de un pequeño destacamento que estaba todo el día a la greña con la tribu de los Uled Delim. Las visitas a la zona de los exploradores peninsulares nunca superó los tres días. Recogían muestras de flora y realizaban trabajos de cartografía pero con la presión de estar siendo vigilados por la tribu Uled Delim.
El jefe de la tribu Tahya-u-Aozman firmó un tratado de sumisión a España a 425 kilómetros de la costa
Los científicos españoles, pasados unos días, fueron atacados por or la tribu saharaui. Pero respondieron con armas Winchester que contribuyeron á disuadirles. Los saharauis, al ver que iban armados, accedieron a establecer una reunión con el jefe Horumet Allah. Se acordó un pacto de amistad a cambio de regalos.
Ese acuerdo de amistad después se tradujo en el primer convenio comercial de Cervera en nombre de España con representantes de la tribu Tjied-Bu-Sbá a través de Cherif Sidi-el-Bexir, comerciante y con Cherif Abd-el-Ouedud, «guerrero, gran cazador, bravo, de mirada torva, sin instrucción y fiel acompañante del anterior, cuyos intereses defendía armado con su fusil de dos cañones», relata Cervera.
Tras esos acuerdos fueron a presentados al sultán del Adrar, Ahmed ben Mohammed Ould El Aidda, al que se entregó una carta traducida y accedió a enviar a dos emisarios para que les ayudasen en sus inspecciones científicas: eran Cherif Yeddu Ould Sidi Yahya y Cherif Abddiben.
De la mano, también, de un muchacho de 14 años de nombre Ahmed Selam, se estabeció una caravana formada por tres españoles, dos soldados la compañía de Tiradores del Rif del Ejército de Tierra, tres árabes de Üled Bu, dos emisarios de Ouid El Aidda, un anciano jefe de los Uled-Jeligui, un pastor de camellos y una perra.
Era la primera vez europeos pisaban el Sahara «aunque para estar aquí hay que despreciar la vida»
A partir de ahí comenzó el acoso moral. «Y la lucha constante con los árabes del Sahara» para lo que «se necesita fuerza de voluntad infinita, paciencia a toda prueba, carácter de hierro, valor frío, cuidado excesivo, desprecio absoluto de la vida, ánimo tranquilo y un amor ciego por las empresas que conducen a aquellos inhospitalarios países. Yo confieso que, sin la ayuda de mis compañeros, me hubiera vuelto loco», relata. Al tercer día les intentaron asesinar.
Tiradores del Rif
Los soldados moros de la «Compañía de Tiradores del Rif» protegían a los exploradores. «Es imposible sacar partido del árabe habitante en el desierto« porque era «fanático y poseído de un odio mortal a los cristianos, cuya amistad admite únicamente por la idea del lucro y de la conveniencia comercial; ignorante, terco, aferrado á sus caprichosas ideas, envidioso, insaciable en su afán constante de exigir regalos y recompensas, orgulloso de su valer y condiciones, sucio en extremo, ladrón, falso, embustero, desconfiado, traidor, hipócrita y cobarde; si fuese valiente sería mucho más temible, si bien entonces tendría alguna otra condición buena; que al valor siempre acompañan nobleza de sentimientos y más virtudes que vicios», describió en su memoria de trabajo.
Sobre el desgaste emocional, Cervera afirmó: «se necesita una paciencia inmensa para conseguir algún resultado útil de su fatalismo, de su calma fría, de su caprichosa voluntad. Se pone en marcha la caravana cuando ellos quieren; se sigue la dirección que ellos desean; se hace alto cuando y donde les ocurre, sin que para conseguir lo contrario valgan promesas, dádivas, dulzura, halagos, reflexiones, energía, amenazas. Yo he recurrido á todos los medios, he puesto en práctica todos los sistemas, con el mismo resultado nulo».
El final: 11 de julio de 1886
Tras una travesía en la que ni podían dormir por miedo a ser asesinados, el 11 de julio los científicos enarbolaron la bandera española «y tomamos posesión de todo el territorio ocupado por los jefes de tribu allí presentes, leyantando acta de dicha toma de posesión».
El jefe de la tribu Tahya-u-Aozman presidió el acto. Se firmó ese día «un tratado de sumisión a España, admitiendo el protectorado sobre todo el territorio ocupado por la tribu» aunque «un grupo considerable de subditos suyos intentase asesinamos». Fue a 425 kilómetros de la costa, «en un país que no había pisado nunca ningún europeo».
Pero la primera aventura científica no había terminado. Al regreso, unos guías tóxicos querían llevarles por Teniulek, Suiyik, Dumus, Tisnik y Au-Hanfrit. Pero los españoles querían llegar a Dakhla por Ousserd. «Fue una peregrinación cuyo recuerdo aún me espanta» por el «hambre, sed, calor insufrible, persecución, amenazas, aguas cenagosas, carnes crudas de gacela, cansancio apenas repuesto con un sueño corto, intranquilo, sobre las arenas pobladas de insectos asquerosos, miseria, suciedad inevitable, enfermedades incómodas, propias del desierto, y sobre todo, una plaga de árabes exigentes, asquerosos, inaguantables». Cuando llegaron a la costa estaba fondeado a la espera la goleta militar Céres y el comandante Mariano Lobo que los trasladó a Tenerife.