Sale el Tour de Dinamarca y expone la nueva tendencia global del ciclismo, según la cual las grandes carreras son una extensión de los territorios, sus monumentos. Y visitan otros parajes por motivos comerciales o de cohesión. Un reflejo de la Europa que trata de caminar de la mano. Es la décima salida del Tour fuera de Francia. Ya lo hizo desde Holanda, Bélgica, Alemania, Suiza, Luxemburgo, España, Irlanda, Reino Unido y Mónaco. El ciclismo cambia y los ciclistas también. Ya no son dominio de maduros expertos que han conocido su profesión en la carretera, sino de jóvenes superdotados que han sustituido la experiencia por el rápido aprendizaje de la tecnología. El Tour 2022 ofrece todo tipo de ingredientes para la nueva hornada que, con Pogacar a la cabeza, gobierna el pelotón. Pena que no hay ningún español en esa elite que se erige protagonista en la próximo edición.
Dos etapas infernales. La primera en el Col du Granon, a 2.400 metros de altura donde ganó el español Eduardo Chozas la única vez que se subió en la historia (1986). Y la segunda camino de Alpe d’Huez, cuatro años después en el trayecto del Tour de Francia. En ambas jornadas se escala el viejo Galibier, símbolo de la carrera en la cordillera de los Alpes.
Habrá asimismo una secuencia de pavés en la entrada a Francia por el norte, procedente el pelotón de Dinamarca en viaje por avión. Una concesión a los adoquines en once tramos en los alrededores del bosque de Arenberg, plato fuerte cada año de la París-Roubaix.
El Tour ha abandonado la antigua tendencia de trazados previsibles, según los cuales la primera semana estaba destinada a los velocistas, con etapas de caídas, frenazos, arañazos, sangre y el triunfo de un esprinter. El Tour se ha adaptado al espíritu todoterreno de los corredores actuales, que llanean, pasan adoquines, suben puertos o esprintan en las metas. Hay una contrarreloj de 13 kilómetros en Copenhague para abrir boca y otra más extensa, de 40 kilómetros el penúltimo día en el precioso pueblo de Rocamadour colgado de un peñasco.
«Es un recorrido que me gusta –comenta el campeón del mundo Julian Alaphilippe–. La primera semana me inspira mucho, y el retorno a los adoquines me resulta interesante».
Los eslovenos
En honor a los nuevos tiempos, el Tour plantea el regreso a la Planche des Belles Filles, allí donde Tadej Pogacar inauguró su reinado como emperador del nuevo ciclismo al derrocar a Primoz Roglic, todo el Tour 2020 de amarillo hasta esa penúltima y fatídica cronoescalada para él.
«Pavés, la Planche des Belles Filles, Alpe d’Huez. Sí. Será una gran carrera y estoy deseando que llegue», proclama Pogacar, el ciclista que ha situado a Eslovenia en el punto nuclear del ciclismo. Su primer enemigo será su compatriota Primoz Roglic, vencedor de tres Vueltas a España, luchador supremo que no baja la cabeza. Los dos eslovenos acaban la temporada con el mejor penacho de triunfos (13), a cual más sabroso, solo al nivel del fenómeno Wout van Aert, vencedor el año pasado de una etapa contrarreloj, una de montaña y una al esprint, ejemplo fehaciente del nuevo ciclismo.
En este excitante panorama no hay ciclistas españoles a los que mencionar. Por sus resultados, solo Enric Mas (sexto y quinto los dos últimos veranos) puede asomarse a este ejército de estrellas. Mikel Landa, que ha renovado por Bahréin, no parece en posición de nada últimamente.
El día que termina el Tour, 24 de julio, empezará en París junto a la Torre Eiffel el Tour femenino, que ya se disputó en 1984 y 1989 y se dejó de celebrar por falta de patrocinadores. Ocho etapas y 22 equipos de seis ciclistas cada uno.
