El toque de queda de los que no tienen dónde ir
Pasan las doce y Alfonso el Sabio se queda desértica, es la hora del inicio del toque de queda. Apenas asoma un furgón de la policía y un taxi espera en la parada de la avenida. Nunca antes había habido noches de fin de semana con tanto silencio. Nadie camina. En las escaleras de una entidad bancaria situada junto al Mercado Central, asoman dos bultos. Son las pertenencias de Pedro y su madre, de más de setenta años. Ambos descansan, él tumbado y ella en una silla; la estampa recuerda a una abuela cualquiera en invierno sentada en la mecedora del salón con la bata de estar por casa. En Alicante viven 195 personas en la calle, según el último recuento. Durante las restricciones de horarios para frenar la propagación del coronavirus, ellas siguen haciendo frente a la vulnerabilidad que supone no tener un techo.