Iván Raña y la pájara griega de un genio autodidacta
En la segunda de sus tres participaciones olímpicas, Atenas 2004, el triatleta coruñés era el favorito, pero reventó en el tramo de ciclismo
Fue, sigue siendo, mucho más que un deportista. Iván Raña, coruñés de Ordes, amante de la naturaleza que corre descalzo para sentirse en contacto con la Madre Tierra, es el «inventor» del triatlón en España. Cuando casi no había referencia de esta disciplina, apenas algunos reportajes que llegaban enlatados del Ironman de Hawái, él desarrolló de forma autodidacta un método que lo llevaría a la cima de este deporte. Jamás tuvo entrenador, fue precursor en herramientas para el alto rendimiento hoy generalizadas como la dieta 100% natural y cosechó, fiel a su alma de artista, fracasos tan estruendosos como resonantes fueron sus grandes éxitos.
En una modalidad en la que los deportistas tienden a eclosionar tardíamente, sobre todo en esos principios, Iván Raña era un crío de 21 años recién cumplidos cuando llegó a Sídney para vivir el estreno olímpico de su modalidad. El gallego era el único componente del grupo cabecero que se había formado como triatleta, frente a unos competidores –los cuatro que lo antecedieron le sacaban entre cinco y nueve años– nacidos deportivamente en otras disciplinas. Su regularidad en los tres segmentos le permitió lograr una sorprendente, muy meritoria, quinta plaza a veintipocos segundos del checo Jan Rehula, que fue bronce.
Iván Raña vivió todo el siguiente cuatrienio, que culminó con los Juegos de Atenas, en la cima. Todos sus podios mundiales y continentales en la distancia olímpica –tres oros y tres platas– fueron entre 2001 y mayo de 2004, cuando hubo que recurrir a la foto finish para dilucidar el título que se llevó el neozelandés Bevan Docherty en Madeira. Tres meses después en la capital griega, sin embargo, el español reventó sobre la bici tras un fantástico parcial de natación y se perdió en el puesto vigésimo tercero en una prueba en la que a Docherty le ganó su compatriota Hamish Carter para firmar un histórico doblete kiwi.
Poco amante de las excusas, el gallego se limitó a decir que había «tenido un mal día». Pero lo cierto es que reventó con el calor húmedo ateniense, pese a su minuciosa preparación, y que no funcionó la estrategia tramposa del seleccionador, Andreu Alfonso, cuyo plan para asaltar el oro comportó la convocatoria de Xavier Llobet –en lugar del emergente Javier Gómez Noya– para que hiciese de gregario de Raña en el segmento ciclista. En el universo radicalmente individualista del triatlón, semejante treta suponía un oprobio.
Gómez Noya y Raña sí compartieron equipo cuatro años más tarde en Pekín, cuando el primero ya era un figurón de la disciplina y el segundo se despedía de la distancia olímpica. En una competición en la que las medallas se decidieron en la carrera a pie, pues todos los favoritos se bajaron de la bicicleta agrupados, los dos españoles se quedaron al pie del podio, cuarto el nacido en Basilea –que sí se colgaría la plata en Londres– y quinto el coruñés, que en la temporada siguiente probó suerte como ciclista profesional. Maltratado por las caídas, Iván volvió a su primer amor, la larga distancia, con éxito, ya que terminó tres veces entre los diez mejores del legendario Ironman hawaiano.