Sistemas autoritarios de alta coerción
La visita del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, a su homólogo ucraniano Volodímir Zelenski en Kiev, durante la cual anunció un importante envío de material militar para ayudar a aquel país a resistir el ataque de las tropas de Vladímir Putin, tiene un valor simbólico evidente. La iniciativa se inscribe en un frente de estados democráticos que apoyan a Ucrania contra la invasión de Rusia. Unos estados en cuyas sociedades es posible el debate sobre el nivel de implicación que hay que mantener en esa guerra y donde se pueden expresar las posiciones más pacifistas o más belicistas, más favorables a la neutralidad o a la intervención, así como las diferentes visiones geopolíticas del conflicto y del papel jugado por la Unión Europea y la OTAN. En Rusia, no. Rusia carece, además, de apoyo por parte de ningún país democrático a su maniobra de agresión.
Cada día llegan más noticias horribles sobre la barbarie que perpetran las tropas rusas en ciudades como la sitiada Mariúpol. Se trata de una contienda, marcada por el estrepitoso fracaso inicial del asalto de la tropas de Putin sobre la ciudad de Kiev, en la que se expresa una característica de lo que Thomas L. Friedman, un periodista con tres premios Pulitzer, ha definido en The New York Times como "sistemas autoritarios de alta coerción, que son sistemas de baja información, por lo que a menudo se ciegan más de lo que creen". Friedman opina que Rusia y China están en apuros por ello. La Rusia de Putin, que considera que se basa en "petróleo, mentiras y corrupción", debido a los evidentes fallos de cálculo sobre las sanciones que le han acabado aplicando decenas de países, la escasa eficiencia demostrada por su propio ejército y la capacidad de resistencia ucraniana, que la han situado en un enfrentamiento de alto coste y larga duración. La China de Xi Jinping y su partido comunista, debido al empeño en combatir con una rígida solución local una pandemia global como la de la Covid-19, que ha llevado al conflictivo cierre de Shanghái y de otras 44 ciudades en las que viven 370 millones de personas.
Se ha recordado estos días para explicar lo que ocurre en China con la estrategia de la "Covid cero" -que parece haber desaprovechado los dos años de pandemia a causa de un intento fallido de aislar herméticamente el gigantesco país del coronavirus- el episodio ocurrido con los gorriones a finales de los años cincuenta, cuando gobernaba el "gran timonel" Mao Zedong y se lanzó la campaña contra las "cuatro plagas" (mosquitos, ratones, moscas y gorriones). La idea era impedir que las aves devorasen las cosechas y, a una escala descomunal, se movilizó a la población para salir a hacer ruido con ollas y sartenes, con el fin de asustar a las aves y que murieran de agotamiento, se las envenenó y se destruyeron sus nidos. La campaña consiguió la práctica extinción de los gorriones. Y las cosechas fueron devoradas entonces por insectos, como las langostas, que los gorriones antes mantenían a raya, con la consecuencia de una hambruna que causó entre 15 y 45 millones de muertos.
Los sistemas democráticos tienen defectos, muchos en ocasiones, pero los regímenes autocráticos son intrínsecamente disfuncionales porque sus integrantes, como señala Friedman, practican la mentira hacia arriba para perforar hacia abajo y extraer los recursos con los que unos cuantos se enriquecen. La fase neoliberal y de globalización desbocada de las últimas décadas ha tendido a olvidar estos hechos. Se creyó que el capitalismo sin controles ni fronteras contribuiría a reformar con la dinámica de los mercados los problemas estructurales de las autocracias y los sistemas autoritarios, sumidos en esa combinación que los caracteriza de economía consumista desencadenada, acumulación oligárquica de propiedades y de capital, reaccionarismo moral, nacionalismo extremo y represión de la disidencia. Si analizamos los programas y planteamientos de las extremas derechas que emergen en los países occidentales hallaremos claramente dibujada una fórmula muy parecida que se hace fuerte gracias a que algunas de esas tendencias también se producen, favorecidas por el impacto de una creciente desigualdad y un descrédito de las políticas de cohesión social, en el seno de las democracias
Es difícil predecir qué pasará en Rusia o en China a corto y largo plazo. Sabemos que Ucrania defenderá con determinación su territorio y su sistema democrático porque sus ciudadanos se sienten parte de una Europa que, a su vez, sufre las consecuencias económicas de una guerra en su suelo. Lo que nadie puede negar es que estamos ante un punto de inflexión en la globalización y en las relaciones internacionales. Y no vendría mal que los demócratas recordáramos aquella frase de Franklin Delano Roosevelt según la cual "la aspiración democrática no es una simple fase de la historia humana, es la historia humana". Tampoco estaría mal que las gentes de izquierda recordáramos que, en ocasiones, como ocurrió en nuestra Guerra Civil sin ir más lejos, algunos se ven obligados a defender la libertad con las armas y no es aceptable que las naciones democráticas miren hacia otro lado.