Este podría ser el principio de una novela: Poseidonia, siglo V a. C., la tragedia cae sobre una familia de la aristocracia local. El cuerpo de su único hijo, iniciado en los ritos órficos, vuelve muerto de la guerra de Síbaris. La madre cubre sus ojos con las primeras rosas de Poseidonia, a las que canta Virgilio por su perfume y su doble floración. Después, coloca la lira de caja de concha del hijo músico sobre su pecho. El padre sale al amanecer a encargar, fuera de las murallas, la sepultura más rica. Busca los mejores pintores, aquellos capaces de crear las escenas más conmovedoras... Este artículo aborda la historia de una sepultura. Un elemento tan intrínseco de la condición humana como nuestra mortalidad.
Una tumba era -entonces y posiblemente hoy- un lugar sagrado. Entre los iniciados en los misterios órficos, en ella se producía la trasmutación de la muerte hacia la resurrección, el momento en que el alma se liberaba del cuerpo. Y para ello necesitaba un lugar perfecto. ¿Por qué en las tumbas egipcias se concentra toda esa magnificencia, esa condensación artística? ¿Por qué la perfección se encierra y se oculta? Porque en ellas se producía un misterio. En la Grecia antigua la tumba se convierte también en lugar sagrado. Eran una suerte de magníficas cápsulas del tiempo, decoradas hasta rozar la perfección, el habitáculo que llevaba al viaje hacia otro estado.
El nadador podría ser la metáfora de la transición de la vida terrena a la eternidad
El 13 de junio de 1968, el arqueólogo italiano Mario Napoli excava una pequeña necrópolis a un kilómetro y medio al sur de Paestum (antigua ciudad griega de Poseidonia) al sur de Italia, sobre el golfo de Salerno. Al caer la tarde, trabaja en una cuarta tumba que es liberada de la tierra y aparece sorprendentemente intacta. Con la caída del sol, se abre la caja. Después de 2.500 años de tinieblas, la luz vuelve a inundar el interior de ese sepulcro, devolviendo a la vida unas pinturas asombrosas.
Los cuatro lados y la parte superior del sepulcro están hechos de cinco losas de piedra caliza local, mientras que la base está excavada en el suelo. Las losas están unidas con precisión y forman una cámara del tamaño de un hombre adulto. Las losas están pintadas al fresco. También la del techo, algo singular. Napoli ve por primera vez la escena que dará nombre a la tumba: un joven arrojándose hacia las ondeantes aguas de una corriente. Acaba de ser descubierta
La tumba del nadador
: el único ejemplo de pintura griega con escenas figurativas de las épocas orientalizante, arcaica o clásica que sobrevivió completa. Entre los miles de tumbas griegas conocidas en esta época (700 a 400 a. C.), ésta es la única decorada con frescos de escenas humanas. Es, en ese sentido, una tumba revolucionaria: la gran pintura de Zeuxis, Apeles y Parrasio sólo nos ha llegado través de las narraciones. Pero no la hemos visto: sólo existe de modo fragmentario y en la riqueza de las ánforas.
Dentro de la sepultura y cerca del cadáver -probablemente un hombre joven- hay dos objetos: el caparazón de una tortuga, base para la caja de resonancia de una lira cuya alma en madera acabó desintegrándose. Y un vaso griego; un lécito ático hecho con la técnica de figuras negras utilizada en torno al año 480 a. C., que ayudó a la datación de la tumba hacia el año 470 a. C.
En la Grecia antigua las tumbas eran magníficas cápsulas del tiempo con una rica decoración
Las escenas de las cuatro losas que rodean el cuerpo describen un simposio, banquete de la Grecia antigua: hombres jóvenes con coronas vegetales, torso desnudo, reclinados sobre divanes, festejan entre bailes, copas de vino, música de liras y escenas amorosas. Sin embargo, la escena de la losa del techo, aquella que quedaría enfrentada con la mirada del muerto, es la diana sobre la que se disparan las interpretaciones. Losa orlada por una cinta en negro, con palmetas en las esquinas. En el centro, un hombre desnudo suspendido en el aire, salta al agua de un río. A la derecha, en lo que sería el trampolín, hay tres columnas hechas de pilares de piedra. A los lados del agua se ven dos árboles esquemáticos. Y después, nada. Fondo blanco.
En la Grecia antigua ni nadar ni tirarse al agua formaban parte de las actividades de la élite. El nadador de esta tumba simboliza -todas las hipótesis siguen abiertas- la intensidad del momento de la muerte. Este hombre y su salto son la metáfora visual de la transición de la vida terrena a la eternidad.
Banquete de la «Tumba del nadador»En esta época, Grecia vivía en la tradición de su creencia olímpica. Para los griegos, la visión de la vida tras la muerte era muy pesimista. Las almas de los mortales, sin distinción ni juicio previo de su vida anterior, estaban condenadas al Hades, un lugar lúgubre en el que malvivían celosas de los vivos.
Sin embargo, en la época en la que se construye esta sepultura se difunden nuevas ideas de otros ritos llegados de Oriente: son, entre otros, los cultos mistéricos u órficos que se basaban en la esperanza de algún tipo de vida después de la muerte. En la propagación del pitagorismo y el orfismo sólo aquéllos que habían sido iniciados en esos ritos podían alcanzar esta esperanza ultraterrenal.
Ritos secretos
Este aspecto hace excepcional la tumba: el mensaje metafísico al que llega a través del lenguaje visual. Las pinturas parecen describir el ritual mistérico de sus prácticas religiosas: un banquete en el que, mediante estímulos orgiásticos, se provocaba en los participantes un estado de entusiasmo místico que permitía sentir la fuerza del alma dentro del cuerpo. Esta experiencia anticipaba la vivencia de su liberación, que de forma completa sólo se produciría con la muerte, cuando el alma abandonara al cuerpo.
Pero, ¿quién era el joven? ¿Cómo contratarían sus padres la tumba? Y de nuevo, ¿por qué se pinta una tumba magnífica para ser sellada y no ser vista nunca más? Pensamos en otras imágenes con mensajes encriptados de la Historia del Arte, desde el Cuadrado negro sobre fondo blanco de Malevich hasta los frescos románicos de San Baudelio de Berlanga. Desde las inscripciones de las catacumbas cristianas hasta los búfalos de Altamira... Quizá la incógnita de La tumba del nadador no sea tanto la imposibilidad de alcanzar su significado, sino hacernos conscientes del poder de la ambigüedad intrínseca de una imagen.
Templo de Neptuno, en el Parque Arqueológico de PaestumPaestum y sus templos dóricos
Estos días de octubre, la pradera que rodea los templos de Paestum está vacía de visitantes y llena de rosas de otoño. Los tres templos dóricos aparecen erguidos y severos, en su piedra dorada de Campania, a unos 90 kilómetros de Nápoles y de la sombra del Vesuvio. El Templo de Neptuno (460 a. C.), llamado así por equivocada atribución a la divinidad protectora de Poseidonia, es, para muchos académicos, el templo mejor conservado de la civilización griega. No resulta fácil transmitir el poder que ejerce la visión de su frontón, carente de cualquier decoración, carente -incluso- de los agujeros para las grapas que permitieran imaginar alguna escultura colgada de su tímpano, nada que ver con el Partenón y las figura de Fidias, sus caballos, sus guerreros... Este templo fue concebido desnudo y severo. También en sus triglifos, en sus metopas. Ninguna amazona. La tensión es ejercida por la monumentalidad, por la magia de sus proporciones, por su segundo orden de columnas intacto, con sus fustes acanalados altos como bosques, y por su orientación hacia el este.
En el siglo VIII a. C., los griegos navegan por el Mar Tirreno hacia las regiones mineras de la costa de Etruria para comprar metales. Se instalan cerca de Ischia y empiezan así el movimiento colonizador. Los navegantes de la ciudad de Síbaris fundaron alrededor de 600 a. C. la colonia de Poseidonia como uno de los puntos septentrionales de la Magna Grecia. Después fue conquistada por los lucanos y, finalmente, cayó en 273 a. C. bajo el poder de Roma, que la rebautizó Paestum. El descubrimiento de Paestum se produjo en 1752, cuando el rey Carlos VII (futuro Carlos III de España) ordena la construcción de una carretera cuyo trazado atravesaba la ciudad. Los intelectuales europeos del «Grand Tour», asombrados por la conservación de los templos, la convirtieron en el máximo referente de la arquitectura clásica antes de la entrada de Atenas en el circuito cultural. Fue en Paestum donde la arquitectura griega alcanzó la supremacía sobre la romana, donde los griegos recuperaron la «tiranía» sobre los europeos enamorados ya de sus monumentos. Winckelmann (1758), Piranesi (1777), Goethe (1787), John Soane (1779) y los grandes arquitectos de la época vinieron hasta aquí para ver, estudiar y medir los templos dóricos más puros. En 1758, el arquitecto del Panteón de París, Jacques-Germain Soufflot, se inspira para su construcción en los templos de Paestum poniendo de moda en Francia el estilo neoclásico que sustituiría al barroco.