Dioses nuevos, dioses viejos
La Argentina de Messi cayó 4-3 frente a una Francia de ensueño
A lo largo de la historia las religiones e imperios han atravesado diferentes ciclos. Desde la Grecia politeísta de las ciudades-estado, hasta su heredera, la Roma Imperial convertida al cristianismo del Dios único, todas esas metamorfosis ideológicas han llegado en momentos de crisis.
Un Mundial es definitivamente uno de esos espacios catárticos y espectaculares, en donde cada cuatro años el mundo entero fija la vista para contemplar la reafirmación de varias deidades, a quienes les está consagrado en balón como herramienta fundamental. Muchos son los mitos que se cuentan sobre los miembros de esta suerte de panteón futbolero, integrado por simples mortales que con el arte de sus pies han maravillado al planeta durante más de ocho décadas.
A veces se repiten historias parecidas a la de Zeus, quien derrotó en épica batalla a su padre, el titán Cronos, con tal de ocupar su puesto como señor del cosmos. Ayer esa leyenda volvió a vivirse en Kazán, protagonizada por dos ejércitos con idéntica meta que sus predecesores: reinar en el Olimpo.
En esta versión del relato chocaron dos miradas diferentes. Del lado argentino, los fieles prefirieron encomendarse al «Messías», último profeta de la fé «Maradoniana».
Mientras, los franceses hicieron sus ofrendas a su propia pléyade de héroes, en busca de la redención por aquel fallo de hace dos años en el campeonato europeo.
Bastaron unos minutos para demostrar que el poder es una cuestión de decisión y no de merecimiento. Mbappé, como si de Fernando Alonso se tratara, metió velocidad y fue derribado en el área albiceleste. Luego Griezmann puso arriba a los galos desde el punto de castigo, en respuesta a las plegarias de sus hinchas.
Al sentir amenazado su reinado, las potencias de antaño decidieron tirar de su resolución más que de una sintonía que desde el debut en tierra rusa se había mostrado demasiado ausente. Cerca de la pausa, Di María recibió solo en la frontal, y desde fuera del área soltó un zurdazo antológico que venció al meta Lloris. Era su forma de decir que si tocaba caer, sería con la espada en la mano.
Más tarde, el de Rosario intentaría una jugada de fantasía, que a pesar de quedar trunca, sirvió para habilitar de casualidad a Mercado, que metió la pierna casi sin querer y puso arriba a los suyos. Sin embargo, poco más tarde la ilusión comenzó a descascararse, cuando el galo Pavard empalmó un balón al vuelo y puso de nuevo el empate en el marcador. Era el inicio del fin.
El turno de brillar fue entonces para Kylian, el chico parisino que hace dos años era poco más que una promesa. Dos veces logró penetrar la coraza del gigante, que ya de rodillas solo atinó a aguantar estoicamente. Hubo un destello de esperanza tras el tardío de Agüero, pero poco más.
Con el pitazo del árbitro quedaron dos imágenes: la de los dioses jóvenes, alegres y llenos de esperanza, y la de los viejos, rotos por el cruel destino, que otra vez los aleja del camino a la gloria.