El año en que la realidad alcanzó a la Inteligencia Artificial
Si 2023 fue el año del asombro y 2024 el de las promesas, 2025 será recordado como el año del chequeo de realidad. Fue el momento en que el “humo” comenzó a disiparse y nos obligó a ver lo que realmente hay detrás de la cortina: una infraestructura voraz, una geopolítica tensa y una tecnología que, aunque poderosa, ya no permite márgenes para la ingenuidad.
Al cerrar este año desde mi trinchera, el panorama es radicalmente distinto al de hace doce meses. La historia de 2025 no fue un ascenso lineal hacia la superinteligencia, sino una serie de choques tectónicos que podemos dividir en tres actos.
Acto I: El shock de la eficiencia y la respuesta de los 500 mil millones
El año arrancó con una sacudida al orgullo de Silicon Valley. En febrero, la administración Trump, junto con OpenAI y SoftBank, anunció el proyecto “Stargate”: una inversión monumental de 500 mil millones de dólares para infraestructura de IA. Parecía una demostración de fuerza inigualable, hasta que la realidad golpeó desde el otro lado del mundo.
Casi simultáneamente, la empresa china DeepSeek lanzó un modelo con capacidades de razonamiento equiparables a las de OpenAI, pero entrenado con una fracción del costo. La reacción fue visceral: las acciones de NVIDIA sufrieron una caída histórica. El mensaje fue claro: la ventaja no la tiene necesariamente quien gasta más, sino quien es más eficiente. Mientras Estados Unidos apostaba por la fuerza bruta del capital, DeepSeek demostró que la innovación algorítmica puede desafiar a la billetera más grande.
Acto II: El despertar mexicano y el desafío de Coatlicue
Durante meses, México observó esta guerra de chips desde la barrera. Pero el cierre del año trajo un giro inesperado con el anuncio de Coatlicue, la supercomputadora destinada a ser la más potente de América Latina.
En el papel, la noticia es impecable: poseer un clúster de GPUs soberano es hoy un requisito de seguridad nacional para dejar de ser consumidores pasivos de tecnología. Sin embargo, como he escrito antes, el entusiasmo debe someterse al rigor. El éxito de Coatlicue no dependerá de las tarjetas gráficas, sino de resolver lo que hoy está en la sombra: la infraestructura hidráulica y eléctrica para sostenerla, y, sobre todo, el talento humano. Los ingenieros capaces de entrenar modelos a gran escala son un recurso escaso globalmente. Sin una estrategia agresiva para atraer a estos “arquitectos de sistemas”, corremos el riesgo de tener un vehículo de Fórmula 1 sin pilotos calificados.
Acto III: La muerte de la teoría y el “Ouroboros”
La segunda mitad del año trajo la caída de varios ídolos. En agosto, el tan esperado GPT-5 llegó no como una revolución, sino como un tropiezo marcado por la arrogancia. En lugar de la “inteligencia general” prometida, recibimos mejoras incrementales y la eliminación repentina del querido GPT-4o, recordándonos que para estas empresas, nuestros “compañeros” digitales son solo software desechable.
Este desencanto coincidió con un cambio de guardia en Meta, que reconfiguró su estrategia alejando a figuras académicas icónicas como Yann LeCun de la toma de decisiones, priorizando productos que compitan hoy sobre la investigación a largo plazo. Estamos viendo la formación de un “Ouroboros”: empresas como OpenAI necesitan consumir cada vez más capital y energía (como el contrato de 300 mil millones con Oracle) para justificar valoraciones que dependen de una promesa futura, alimentándose de su propia expectativa.
Conclusión: Menos entusiasmo, más criterio
Cerramos 2025 entendiendo que la IA no es mágica. Hemos visto burbujas de reputación estallar, como la de Deloitte en Australia , y hemos aprendido que la verdadera ventaja no está en el modelo, sino en los datos y el criterio humano.
Lo que necesitamos para 2026 no es más hype, sino más criterio. Necesitamos diseñar proyectos donde la IA responda a problemas claros y verificables. Porque cuando el humo se disipe —y ya lo está haciendo— solo quedarán los casos de uso que realmente funcionen.
A mis lectores: Gracias por acompañarme en este año de transición. Ya sea que me lean desde la academia, la industria o el servicio público, su atención es el activo más valioso. En 2026, sigamos cuestionando, aprendiendo y, sobre todo, manteniendo a los humanos en el centro del bucle.