Los perros de Chernóbil son genéticamente únicos pero no está claro si la radiación es la causa
La tragedia nuclear de Chernóbil expulsó de sus hogares a miles de personas. Se creó una zona de exclusión que asciende en la actualidad a unos 2.600 km² entre Ucrania y Bielorrusia. Contra lo que se pudiera pensar, la zona deshabitada vivió una explosión de vida, con mayores o menores singularidades. Una de ellas es la de los descendientes de los perros de Chernóbil que se salvaron del sacrificio.
Aprendieron a vivir lejos de los humanos y se han ido reproduciendo, generación tras generación, a partir de los que quedaron abandonados en el desalojo que siguió a la catástrofe de la explosión. No se les puede tocar, pero la iniciativa Perros de Chernóbil los ha cuidado y monitorizado durante años.
Un equipo científico de EE.UU. y Polonia, liderado por Gabriella Spatola (National Human Genome Research Institute, Universidad de Carolina del Sur) decidió analizar a tres centenares de esos perros de Chernóbil, que habitan en la zona de exclusión en la actualidad. Sus conclusiones se han presentado en la revista Science Advances. Y aseguran que esos perros de Chernóbil son distintos a los demás. Son genéticamente únicos.
En esa presentación, se asegura que se han identificado “poblaciones de perros cuyos diferentes niveles de exposición a la radiación pueden haberlos hecho genéticamente distintos entre sí y de otros perros en todo el mundo”.
No obstante, esta afirmación es controvertida. Empezando porque el estudio no va tan lejos. Es decir, no mide el impacto de distintos niveles de radiación que, por otra parte, en la actualidad son bajos en esa zona.
Lo sabe bien Germán Orizaola, investigador en el Instituto Mixto de Investigación en Biodiversidad de la Universidad de Oviedo. Él identificó mutaciones adaptativas en aquel entorno salvaje, no en perros, sino en ranas, que ‘se habían vuelto negras‘. O, más bien, que se habían adaptado mejor a la radiación que las típicas verdes y, por tanto, se habían impuesto.
“El estudio presenta buena calidad en sus análisis genéticos, pero al no incluir ningún dato que refleje la exposición a radiación, sus conclusiones no pueden ir más allá del análisis de las dinámicas de una población. Sería el equivalente a estudiar la estructura y la interconexión de las poblaciones de gatos callejeros de Madrid”, explica en el SMC de España.
Dicho de otro modo, el trabajo ahora presentado no entra en si la radiación hizo mutar a los perros y esas mutaciones se heredaron en las siguientes generaciones. O si alguna mutación espontánea (previa, incluso) resultó ser más ventajosa para sobrevivir a la radiación (como le pasó a las ranas oscuras). O si, sencillamente, se han ido imponiendo determinadas variantes genéticas de manera natural dentro de la relativa endogamia perruna que hay en ese rincón aislado del resto del mundo.
Perros de Chernóbil expuestos hoy a una radiación como la del noroeste peninsular
El seguimiento de los perros de Chernóbil se realizó entre 2017 y 2019. Ya entonces, “los niveles de radiación habían descendido un 90% respecto del momento del accidente, y los isótopos más dañinos hace décadas que han desaparecido”, aclara Orizaola. Es ambiente con una radiación equivalente a la que se puede encontrar “en amplias zonas de la zona centro y noroeste de la Península”, de forma natural.
El estudio concluye que los perros de Chernóbil tienen estructuras de población diferentes a las de otras dos poblaciones de perros que viven en libertad. “Sólo muestra que hay una mezcla diferente de razas y familias en Chernóbil en comparación con los otros lugares, lo cual no es un hallazgo sorprendente”, aclara por su parte James Smith, profesor de ciencias ambientales en la Universidad de Portsmouth (Reino Unido). “La población actual depende de la mezcla particular de razas que sobrevivieron al sacrificio de animales domésticos en 1986, así como a las introducciones posteriores”.
Los autores de este seguimiento de perros de Chernóbil afirman que aunque algunas especies parecen haberse recuperado —probablemente debido a la ausencia de perturbaciones humanas—, muchas no lo han hecho del todo, citando a un trabajo anterior de Smith. “Pero nuestro artículo no respalda en absoluto la afirmación de los autores de que muchas no se han recuperado”.
Dicho esto, “no quiere decir que las dosis de radiación extremadamente altas durante las primeras semanas tras el accidente no pudieran haber tenido un impacto significativo en las poblaciones de animales domésticos y salvajes”. Pero el estudio saca conclusiones claras en otros sentidos, ajenos a la radiactividad.
La zona de exclusión, un ‘paraíso por sorpresa’ de biodiversidad digno de estudio
Tras el golpe inicial, en 1986, hoy la Zona de Exclusión de Chernóbil es una de las mayores reservas naturales de Europa. Se considera un ejemplo de “procesos de renaturalización pasiva y con ejemplos claros y abundantes de especies con incrementos poblaciones notables”, señala Orizaola. Y ahí sí puede ser interesante el estudio.
También en el SMC de España, el profesor Stephen Chanock, director del área de Epidemiología y Genética del Cáncer del Instituto Nacional del Cáncer de Estados Unidos valora cómo “los autores han evaluado cuidadosamente cómo han cambiado los cambios en el parentesco bajo la presión de un entorno restringido”.
La cuestión es si ha habido una evolución adaptativa acelerada en estas tres décadas, más o menos natural, impulsada por el aislamiento y cierta endogamia. O si “la exposición a la radiación ionizante ambiental (en este caso Cesio-137) pudo afectar a las generaciones posteriores, algo que no se informó —ni se evaluó— en este estudio”, precisa Charnock.
De hecho, los autores reconocen que “la población de perros de Chernóbil tiene un gran potencial para estudios de gestión de recursos ambientales en una población que resurge”. Y creen que su mayor potencial “radica en comprender los fundamentos biológicos de los animales y, en última instancia, la supervivencia humana en regiones de alto y continuo ataque ambiental”, concluyen.
Fuentes
Estudio de Spatola et al. en ‘Science Advances’, 2023
Germán Orizaola (Universidad de Oviedo)
Stephen Chanock (Instituto Nacional del Cáncer EE.UU.)
James Smith (Universidad de Portsmouth)