Cuba, como yate en las olas
Ya no hay que salir en el sigilo de la madrugada desde otra tierra, ni esperar la distancia de las olas para cantar el Himno de Perucho. En 69 años, el yate que nos conduce ha crecido y tiene una eslora de 1 250 kilómetros, de San Antonio a Maisí, sobre la cual, más que 82, navegamos millones de expedicionarios.
Con el Apóstol y Fidel como eterna carta náutica, ahora todos tenemos experiencia marinera. El oleaje es fuerte; a menudo, la nave queda a oscuras, la despensa es magra, pero Cuba libre prueba nuestra habilidad para evitar el naufragio de la Patria por mucho que, con sus «Nortes», el mal nos revuelva el mar.
Es cierto, a diario tenemos ciénagas que cruzar, mangles que vencer, emboscadas que sortear, pero siempre nos reagrupamos. Es nuestra fórmula de victoria. Siempre aparece una flor con el rostro de Celia, prendido en un pétalo de la Isla para recabar apoyo al proyecto del Líder. Siempre se nutre desde la raíz un Ejército que no pierde su indómito apellido.
Seguimos unidos, aun compartiendo cicatrices, y cada día, a bordo de esta embar/nación, amanecemos con la idea de salir-llegar, llegar-entrar y entrar-triunfar.
Juntos convertimos un yate de recreo en el acorazado de la libertad. Como en otro diciembre, Fidel seguirá en cubierta: cada vez que un cubano cae al agua, él inspira que Cuba dé las vueltas que haga falta para rescatarlo.