Santa paciencia
Cuando en plena tercera ola me recordó mi madre, a sus más de 90 años, que llevaba año y medio sin hacerse su chequeo anual, no dudé en pedirle paciencia. Lo primero era lo primero. Igual que cuando me tiré dos días con un dolor en el costado de lo más impertinente y decidí tener calma y no ir a molestar a los médicos con el covid en todo lo suyo. Cuando hubo que renovar las medicinas de mi madre, enferma crónica, también me armé de paciencia y un mes antes pedí una cita telefónica consciente de que, en plena pandemia, los médicos y sanitarios estaban en cosas más importantes, y que era yo la que tenía que ser previsora y dar tiempo al tiempo. Por paciencia no habrá sido.