Los medios y la corrupción
Quienes trabajamos en los medios vivimos tiempos revueltos por diferentes razones.
Mucha gente se está quedando sin empleo y otra se está viendo obligada a combinar todos los trabajos que se puedan para medio salir adelante.
El otro día tuve el honor de ir a Platzi a participar en una conferencia sobre manejo de crisis en redes sociales y me preguntaron algo que me movió el tapete: el impacto de la corrupción en los medios mexicanos.
Sí me gustaría profundizar en esto porque a lo mejor usted solo ve que las cosas caen y se le hace fácil echarle la culpa al Presidente o a las televisoras.
La verdad es que esto es un problema muy grande y estoy convencido de que estudiándolo podríamos llegar a entender el impacto de la corrupción en otros ámbitos de nuestra vida.
Hace muchos años, yo diría que hasta el sexenio de Miguel de la Madrid, las cosas eran muy claras en el mundo de la televisión. Se hacían contenidos, se comercializaban, se obtenía dinero y todos eran felices.
Los escritores creaban, los vendedores vendían, las noticias ocupaban espacios muy específicos. Las parrillas de programación no me dejarán mentir. Se hacían muchas telenovelas, variedades. Todo apuntaba hacia la diversión.
Con el paso del tiempo, una larga lista de instancias de gobierno comenzó a repartir dinero a través de mecanismos insólitos. Eran verdaderas fortunas a cambio de promoción, de silencio y de cosas que a veces se contradecían. Pero era dinero y al dinero casi nadie le dice que no.
¿Qué fue lo que sucedió? Que la mayoría de los vendedores dejaron de proponer y solo iban a recoger cheques. Como los millones llegaban solos, ¿para qué gastar? ¿Para qué crear? Hagamos refritos, compremos historias baratas en Sudamérica.
Salvo unos cuantos casos, el negocio de la televisión dejó de ser la televisión. Obviamente las audiencias huyeron a los cables, a las antenas, a las redes sociales y a las nuevas plataformas.
Pero a los medios de siempre esto no les importó. El dinero llegaba en automático, se despilfarró de formas increíbles y si observamos las parrillas de programación, podemos llegar a conclusiones muy delicadas.
Los espacios que antes ocupaban la música, el humor y las producciones infantiles se convirtieron en barras de noticias y de análisis político. Ahí estaba el negocio.
Para no hacerle el cuento largo, hoy que el gobierno dejó de entregar aquellas carretadas de billetes, decenas de empresas e instituciones están al borde del colapso. Ahora sí se están viendo obligadas a trabajar.
La bronca es que el público ya se fue, que a un alto porcentaje de los vendedores se les olvidó su oficio y que la mayoría de los escritores ya no saben crear. En ese momento estamos.
No se trata ni de buscar culpables ni de hacer reclamaciones. Fue una trampa histórica donde el que no le entraba, no crecía.
Estamos pagando el precio de muchas décadas de corrupción.
Mis respetos para todos los medios mexicanos. Vivimos tiempos revueltos y tenemos ante nosotros una enorme cantidad de retos.
Confío en que saldremos adelante. Lo que tenemos que hacer ahora, entre otras cosas, es volver al origen de cada ventana, atender a las audiencias y dejar de vivir en la corrupción. ¿O usted qué opina?
alvaro.cueva@milenio.com