James Middleton habla con crudeza de la depresión que ha sufrido: «Es el cáncer de la mente»
En un artículo titulado «el tormento de mi enfermedad secreta», James Middleton cuenta que comenzó a «sufrir en silencio» mientras veía que su salud mental se deterioraba. Ser un hombre con una vida privilegiada, donde gozaba del cariño de sus familiares y amigos más cercanos, no le hizo a James inmune a la depresión, una condición que para él todavía resulta difícil de describir: «No se trata solo de sentir que estas constantemente triste. La depresión es una enfermedad, es el cáncer de la mente».
Como quien tacha los días del calendario, cuenta Middleton que durante un tiempo funcionaba por «inercia», que no podía sentir «alegría o emoción por nada» y que «la angustia era lo único» que le «impulsaba a salir de la cama por la mañana». Después, en la oficina, se pasaba el día mirando la pantalla del ordenador con los ojos vidriosos y siempre estaba pendiente del reloj, para ver cuando podía volver a casa, lo que le animaba a pensar que el día ya había terminado. «Todo el color y la emoción se habían escapado de mi mundo y todo era gris y monótono», explica. «No es un sentimiento sino una ausencia de sentimientos. Tú existes, pero no tienes un propósito ni una dirección en la vida. No contemplé realmente el suicidio, pero tampoco quería vivir en el estado mental en el que me encontraba», relata.
En diciembre de 2017, después de pasar doce meses sufriendo «un deterioro progresivo de su salud mental», metió a sus perros en el coche y, sin decir a nadie a dónde iba, condujo hasta Lake District, un lugar que a James siempre le ha gustado desde que era un niño. «Nadé en el agua helada de Coniston, di paseos solitarios viendo las montañas cubiertas de nieve y permanecí solo en un refugio en el campo durante unos días, intentando calmar el tumulto que había en mi mente», recuerda. Días antes de esta escapada, James había llegado a la conclusión de que «necesitaba desesperadamente ayuda». Este reconocimiento le produjo calma: «Sabía que si aceptaba la ayuda habría esperanza. Era una pequeña chispa de luz en la oscuridad».
Respecto al por qué de contar públicamente el calvario que ha sufrido, James expone dos motivos. Dice que, aunque no cree que pueda llegar a decir nunca que está curado del todo, con la ayuda de profesionales ha desarrollado mecanismos y estrategias de defensa para afrontar su día a día: «Siento un nuevo sentido de propósito y entusiasmo por la vida».
Por otro lado, cuenta James que se ha sentido obligado a hablar sobre ello para respaldar el trabajo tan importante que su hermana, su cuñado y el príncipe Harry llevan a cabo a través de «Heads Together»: «Ellos creen que solo podemos abordar el estigma asociado con las enfermedades mentales si tenemos el coraje de cambiar la percepción social que se tiene sobre ellas, para acabar con las connotaciones negativas. Por eso mismo, no sería honesto que yo escondiese mi historia. Quiero hablar porque ellos, con su trabajo, son mi motivación para hacerlo».
Un diagnóstico tardío
«La depresión es solo una pequeña parte del complejo rompecabezas que soy yo», afirma James. Y añade: «Desde la infancia he sabido que era disléxico: tanto las letras como los números siguen bailando en las páginas que tengo delante, y algunos días tengo dificultades para deletrear incluso las palabras más simples». Además, hace un año le diagnosticaron un Trastorno de Déficit de Atención (TDA). «Fue entonces cuando todas las peculiaridades y debilidades de mi forma de ser comenzaron a tener sentido». Ese diagnóstico fue muy revelador para James. «Es la razón por la que me cuesta concentrarme, el por qué de que mi mente divague en sueños extravagantes y la razón de que me cueste un mundo tanto hacerme la cama como presentar mi declaración de impuestos», apostilla. Este TDA también le da explicación a su inquietud e impulsividad, a su impaciencia: «Muchas veces no escucho porque mi mente está en otra parte».
Sin embargo, ahora también ve que el TDA ha sido como un regalo para él. «Explica mi creatividad e intensidad emocional. Significa que se me ocurren ideas originales y fantásticas, pero también explica por qué he tenido dificultades a la hora de dirigir un negocio». Uno de los mecanismo que ha tenido que incluir en su día a día es el orden. James se hace listas de diez cosas que tiene que hacer cada día y las cumple, así sabe que no debe distraerse.
Al no haberle detectado antes el TDA y no haber tratado la dislexia, James tuvo grandes problemas en el colegio: «Era muy lento en lectura y matemáticas, pero también era diestro y práctico». De hecho, no le costaba nada montar un mueble de IKEA viendo solo el dibujo final. Aún así, la imposibilidad de leer y escribir correctamente fue aunmentando, incluso reconoce que hoy en día le cuesta deletrear palabras y leer en voz alta. Eso le generó a James mucha impotencia. «Me sentía incapaz de encajar con las expectativas de la sociedad sobre mí», reconoce. «No sabía que mi cerebro funcionaba de manera diferente, y mis padres tampoco, no podía encontrar una manera de controlar mi TDA. Si el diagnóstico y la ayuda hubieran ocurrido antes, mi vida habría sido mucho más fácil», asume.
La terapia le cambió la vida
Hasta 2016 James no fue capaz de pedir ayuda. Fue a raíz de sufrir una arritmia motivada por un cuadro de estrés y ansiedad cuando acudió a un médico. Después de comenzar un tratamiento con fármacos, los síntomas desaparecieron, pero no quiso hacer terapia para «llegar a la raíz del problema», tal y como le recomendó su médico.
En enero de 2018 comenzó una terapia que le llevó a aislarse de todos sus seres queridos. Antes, le dio permiso a su médico para que hablase con su familia, que estaban muy preocupados por él. «Dejé el trabajo por un tiempo. Fue un gran alivio no tener que disimular más y, además, esa época la empleé en mejorar mi salud mental. Aprendí mucho sobre la depresión y disfruté de ir a terapia», explica.
«Poco a poco, los rayos de luz comenzaron a penetrar en la penumbra. Mi familia siempre estuvo dispuesta a ayudarme, fue una etapa de aprendizaje para todos, donde comprendimos la compleja naturaleza de la depresión», relata James. Sus perros (Ella, Inca, Luna, Zulu y Mabel) también han jugado un papel importante en su proceso de recuperación. Ella, en particular, ha sido mi compañera durante diez años y ha estado conmigo en todas mis sesiones de terapia. A su manera, ella me ha mantenido en marcha.
«La gente también me ha preguntado si mi perfil público me ha dificultado las cosas. ¿Me habría deprimido tanto si no hubiera estado sujeto a la presión del escrutinio público que conlleva mi vinculación a la Familia Real? Habría pasado lo mismo. Pero no habría encontrado una voz o una salida para mi historia si no hubiera sido por las personas con las que estoy relacionado», admite James, quien afirma que eso le coloca en una «posición única de privilegio»: «Siento que, desde mi posición, tengo el deber de expresarme, para poder ayudar a otros que sufren como yo».
Ahora sabe que contar lo que le ha pasado y su experiencia no supone admitir una debilidad: «El estigma asociado a la enfermedad mental está disminuyendo». Reconoce que el resultado final «de este viaje ha sido positivo»: «Me complace haber pasado por una depresión porque ahora tengo las habilidades para combatirla».