La San Silvestre: running y literatura
No pregunten cómo, pero en una Navidad remota cayó en mis manos una novela escrita por la cantante Zahara: «Trabajo, piso, pareja» (Aguilar). Le eché una ojeada por aquello de que era un regalo, ya no recuerdo si de un amigo invisible o de algún enemigo visible. El caso es que, contra mis prejuicios, el relato me cogió y me leí unas 80 páginas de corrido. Confieso hoy este placer culpable porque recuerdo que la novela comenzaba en una San Silvestre-Vallecana, donde, en fin, chico y chica tropiezan, se conocen y tal y cual. Yo correré mañana sábado mi primera San Silvestre –ya saben que en muchas ciudades de España se adelantan a su fecha original: el 31 de diciembre–, que no será vallecana sino gaditana. Aunque la verdad es que esto de combinar polvorones con kilómetros, gorros de Papá Noel con zapatillas Asics, no lo termino de ver.
El caso es que me viene esta introducción al pelo, me valgo de esta percha como excusa, vaya, para escribir sobre un asunto que siempre me fascinó: el «running» en la literatura. Recuerdo, por cierto, que en Cádiz había un majareta que corría hacia atrás –como los árbitros– a la vez que leía un libro por el paseo marítimo. Se ve que su nueva práctica no tuvo mucho predicamento, o si tuvo adeptos todos acabaron por partirse la crisma. Bueno, al turrón, que me lío. ¿En qué pensamos cuando pensamos de libros, correr y escribir? Pues diría que la mayoría en Haruki Murakami, el maratoniano japonés y eterno aspirante al Nobel, que reflexionó sobre el asunto en el ensayo «De qué hablo cuando hablo de correr» (Tusquets). Allí el autor nipón cuenta cómo en 1983 corrió en solitario el trayecto que separa Atenas de Maratón, emulando a aquel emisario griego, Filípides, pionero en la distancia de los 42,1 kilómetros y que no vivió para contarlo, aunque dejó para la historia y para deshonra de los persas un postrero «¡Hemos ganado!».
Más allá de Murakami, cuando pienso en el «running» y en la literatura –creo que ambas prácticas se complementan a la perfección: por la sinapsis neuronal y tal– pienso también en la argentina Leila Guerriero, quien no desaprovecha cualquier oportunidad para hablar o escribir de su «adicción» a buscar la soledad del corredor de fondo. Tiene un artículo recogido en su «Teoría de la gravedad» (Libros del Asteroide) bastante memorable sobre el asunto.
Más cercano a casa, el gran novelista malagueño Antonio Soler fue atleta antes que escritor, prácticas ambas que sigue combinando, aunque en una vaya a menos y en otra a más. En su excelente novela «Sur» (Galaxia Gutenberg) uno de tantos personajes que se entretejen en esta tórrida historia a lo «Diablo cojuelo» es el Atleta, quizás un trasunto de un joven Soler. Supe también, por su más reciente ensayo, el exitoso «El loco de Dios en el fin del mundo» (Penguin) que[[LINK:TAG|||tag|||6336124b59a61a391e0a0882||| Javier Cercas]], uno de los escritores más beneficiados por el Año Franco decretado por el Gobierno, es corredor de carrera diaria. De hecho, en el libro sobre el viaje del Papa Francisco a Mongolia cuenta la carrera matutina que se dio por los dominios vaticanos.