Renato Ibarra, vértigo en estado puro
La imagen que América ofreció en su presentación en el Apertura 2019 dejó buenas sensaciones. Su afición salió feliz del Estadio Azteca celebrando el triunfo y empezando a ilusionarse con el plantel que la directiva ha confeccionado para este semestre.
Destacaban nombres propios: Marchesín y sus intervenciones capitales, el portero sigue en plan salvador y negó a una ofensiva poderosa. Guido, que sigue con el mismo pulso de los últimos torneos, no suelta la manija del medio campo. Castillo, que empezó a demostrar que puede ser ese killer que resuelva partidos capitales, un doblete para abrir el curso no está nada mal, recarga de energía y fortalece lo anímico.
Mateus y Ménez también tuvieron su punto de convencimiento, pero indiscutiblemente, el que destacó por encima del resto fue Renato Ibarra, un jugador al que se le reclamaba una actuación como la del sábado, llena de vértigo y desequilibrio y con un aporte directo al marcador.
Ibarra no marcó, pero el ecuatoriano estuvo presente en todas las jugadas que acabaron en gol para las Águilas. De principio a fin fue una pesadilla para Leonel Vangioni por la banda derecha, el ecuatoriano se lo llevó por delante, el lateral de Rayados solo le vio el dorsal al azulcrema. La única forma de frenarle fue por la vía ilegal. Fue el jugador que más faltas recibió, con un total de cuatro.
Lo mejor para América es que Renato no se escondió en la adversidad, sino que fue el primero en rebelarse, se agitó por la banda derecha e hizo de ese sector la zona por la cual las Águilas causaron estragos al Monterrey.
Tras el gol de Funes Mori, el ecuatoriano se puso manos a la obra. Dio un paso al frente y asumió galones, se pegó a la banda derecha y pidió la pelota para convertirse en el hilo conductor que las Águilas necesitaban en la adversidad, su arrebató fue fundamental para que América recuperara la vida en el juego.
Primero encaró a un par de rivales, mandó un centro que fue rechazado, pero no se quedó quieto, fue por la pelota y se la ganó a Carlos Rodríguez, quien no tuvo más remedio que arrollarle. Penal que el árbitro, César Ramos, no dudó en pitar.
Tras el empate, Renato estaba motivado, ya se había enganchado al juego, cazó otro rebote y levantó la cara, observó a Mateus que ya le había marcado la zona a la que tenía que tirar el balón. Si en otras tardes se le ha reprochado su falta de tino en el centro, ahora se le tenía que dar el crédito al ponerla justo en la cabeza del colombiano para el 2-1.
No se detuvo Renato, sino que siguió templando el juego, iba y venía, porque no dejó de echar una mano en las tareas defensivas, consciente de que hay que currar para lograr el beneficio personal y colectivo.
Tira del carro
Pero Monterrey fue un equipo que no se achicó en el Azteca, le dio alcance al América en esa cadena de errores que había en ambas defensas. Con el inicio del segundo tiempo, Maxi Meza tuvo la ocasión para poner el 3-2… falló el argentino.
Y en ese intercambio de golpes, de nuevo se asomó Renato, de nuevo pegado a la banda, de nuevo pidiendo la bola, de nuevo encarando, de nuevo regateando y de nuevo levantando la cabeza para ver —ahora— el movimiento de Castillo que ya le había ganando la espalda a los centrales. Ibarra puso su segunda pelota de gol, ahora con la pierna izquierda, como muestra de que en ambas piernas traía un guante el sábado.
Juego abierto y Renato seguía mirando al arco rival, cuando vio que Ménez tomó la pelota al minuto 76, se fue acercando a la zona del francés, como si percibiera que algo podría darse, Jérémy le cedió de taco, un gesto técnico que despistó a la defensa y permitió un impacto frontal de Ibarra, Barovero la rechazó, pero la dejó plena para que Roger marcara el cuarto. América había sentenciado el partido, pudo hacerlo, porque tuvo un buen jornalero en la figura de Renato Ibarra.