No es país para viejos
No vamos a mejor. Por más que las campañas publicitarias insistan en que hacerse mayor, envejecer, es una «nueva oportunidad» para vivir mejor. O eso tan manido de que los 70 son los nuevos 50, la realidad es la que es: a la tristeza por la cercanía de la muerte, convivir con la enfermedad o el aislamiento social se suma la pérdida de la independencia, soledad y angustia que lleva aparejado el cumplir años.
De hecho, la salud mental influye en la salud del cuerpo, y a la inversa. Por ejemplo, los adultos mayores con enfermedades como las cardiopatías presentan tasas más elevadas de depresión que quienes no padecen problemas médicos.
Por el contrario, la coexistencia de depresión no tratada y cardiopatía en una persona mayor puede empeorar esta última. Si a eso se suma una mala situación económica, estar desatendidos, la bomba de relojería existencial está servida. No es difícil saber que países donde los sistemas sociales funcionan –o en su defecto, la familia, como en las sociedades mediterráneas, es una institución que arropa–, los ancianos pueden seguir manteniendo una cierta calidad de vida.