Soledad tecnológica
Desde hace no más de dos décadas, los aparatos electrónicos han pasado a ser parte de nuestras vidas, no solo han cambiado lo que hacíamos,... Enterate más
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Desde hace no más de dos décadas, los aparatos electrónicos han pasado a ser parte de nuestras vidas, no solo han cambiado lo que hacíamos, sino lo que éramos; ya nos hemos acostumbrado a estar “conectados”, enviamos mensajes de texto o correos electrónicos mientras asistimos a una reunión de trabajo, compramos en línea, revisamos nuestras redes sociales (Facebook, Twitter, Instagram, LinkedIn, etc.) cuando estamos en clases o en un evento académico o en cualquier otra reunión; los padres nos comunicamos con nuestros hijos cuando no podemos estar con ellos, sin embargo no les brindamos la atención debida, los niños y jóvenes tampoco se brindan atención entre ellos, sin embargo están conectados; vemos a las personas con la atención en su Smartphone hasta en los funerales.
El problema radica en la manera como nos relacionamos con los demás y hasta en la forma como nos relacionamos con nosotros mismos; a manera de autorreflexión, podría decirse que estamos juntos, pero en solitario; queremos estar con los demás, pero a la vez en otros lugares; y ello es posible gracias a la tecnología. Nos hemos vuelto mucho más selectivos, solo prestamos atención a lo que realmente nos interesa, estamos personalizando nuestras vidas. Los mayores de 50 años se quejan de que se sienten solos porque los demás están ocupados atendiendo correos electrónicos, recibiendo y enviando mensajes; sin embargo, ellos también hacen lo mismo, quizás en menor medida.
Con el tiempo y la tecnología hemos llegado a no hastiarnos de los demás, siempre y cuando se mantenga una distancia entre nosotros, e intentamos controlar esa distancia (ni tan cerca ni tan lejos); pero con la diferencia de edades, lo que para uno puede parecer lejos, para otro puede parecer cerca, las relaciones ya no solo se entablan físicamente, sino digitalmente, llegando –inclusive– en aquellos de menos edad a hacerse complicado entablar o mantener una conversación en persona. Cuando uno conversa, es difícil controlar lo que vamos a decir; en las comunicaciones electrónicas, podemos editar, borrar, retocar imágenes, alterar la voz, el cuerpo, la piel, etc. Las relaciones interpersonales son vivas, exigentes y complejas; ahora podemos “limpiarlas” con la ayuda de la tecnología.
Quién no ha escuchado esta frase: “prefiero enviar mensajes que hablar”. Esto es una pequeña muestra de que no solo estamos dejando de hablar, también estamos dejando de escuchar; hemos caído en la idea de que nadie nos escucha, pero muchos nos leen. Se ha llegado a crear “robots sociales”, para el acompañamiento de niños y ancianos, muchos creen que esto es asombroso; pero, qué sabe una máquina de la vida humana, las máquinas no sienten, no se enfrentan a la muerte, no viven. La tecnología ha desarrollado la ilusión de la compañía sin la exigencia de la amistad o la empatía, usamos la tecnología porque podemos tener el control de las cosas, nos sentimos vulnerables e incómodos cuando no tenemos ese control.
Los teléfonos inteligentes han cambiado nuestra forma de ser por lo siguiente: se puede poner atención donde queremos ponerla, siempre seremos escuchados (leídos) y nunca estaremos solos. “Comparto luego existo” parece ser la mejor descripción de nuestra vida actual; con la tecnología podemos definirnos, compartir estados de ánimo; pero ¿qué pasa si no tengo conexión? Si no tenemos la capacidad de estar solos no podremos apreciar quiénes somos; ahora creemos que al estar siempre conectados estaremos menos solos, aunque en realidad sucede todo lo contrario. Si no somos capaces de estar solos, nos vamos a sentir mucho más solos; y, si no enseñamos a nuestros hijos a estar solos, vamos a tener problemas a futuro: se van a sentir aislados, inclusive estando rodeados de mucha gente.
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