Equipar a nuestros hijos
Los niños son recibidos por la cultura con toda la potencialidad que se les ha otorgado con el solo hecho de existir. En la más romántica de las situaciones, un nuevo ser es recibido con el afecto positivo de su familia, los padres lo esperan con ansia y tienen todo preparado para él.
Los padres cumplen con la función de ayudar a la formación de un Yo capaz de relacionarse de manera autónoma y eficaz, así como mantener un apego seguro con ellos, que les permita crear una autoestima lo más plena posible, continuando acompañándolo en el proceso de su desarrollo como persona, fungiendo a su vez e implícitamente como un medio protector inmediato de los peligros de la vida actual. Las expectativas que se presentan del “cómo debe ser” esta relación padres e hijos, es truncada muchas veces, y tendemos a colocar sobre nuestros hijos una idealización de lo que nosotros no fuimos.
Cuando se presenta un conflicto, las responsabilidades no son aceptadas sin que la sombra de la culpa esté presente. No omito mencionar que nos referimos a la “responsabilidad” no solo como afrontar las consecuencias de los actos, sino como la “calidad de la respuesta” ante estos conflictos.
Para un niño, casi todo lo proveniente del medio, es introyectado como parte de sí mismo, y tanto los aspectos positivos como los negativos contribuyen a ello. La labor de los padres debe estar centrada no tanto en cuidar y proteger la personalidad del niño, sino en equiparlo y prepararlo para afrontar por sí mismo los retos futuros.
Pues ya tenemos que ser lo bastante cuidadosos al momento de sembrar la información y valores en los primeros años de crecimiento de la personalidad. Una vez cruzada la barrera de los siete años, se volverá casi imposible que el niño introyecte valores nuevos.