Aquí la vida es tan agitada
Salió del Estado de México siendo niño, dice. Le creo. Nos topamos en Tijuana, Baja California, gracias al sexto sentido que poseemos los de Neza: nos reconocemos a primera vista, aunque José Guadalupe ataja: “Nada más nací ahí, luego me llevaron a Tepexpan: estudié la primaria y nos fuimos a Zapopan, Jalisco, donde estudié la secundaria. Estuve trabajando unos años y me fui p’al Otro Lado”.
De Tepexpan recuerda los pueblos cercanos: Chimalpa, Zacango, Chimaltepec, Otumba, San Cristóbal: “Me gustaba mucho un pueblito por sus acueductos de piedra, llenos de agua clarita y peces. Mi papá hacía artesanía con bronce y entregaba en el mercado de La Lagunilla para que las vendieran. Luego nos fuimos a Zapopan, pero papá ya no podía trabajar la fundición, por la edad le fallaba la vista. Siempre le reproché que no nos dejó el taller, pues mi mamá, mi papá, mi abuela, mis hermanos y yo vivimos situaciones difíciles”.
—Fuimos a Zapopan porque mi mamá de allá era, originaria de Tecuitatlán de Corona. Luego de estudiar la secundaria trabajé en un taller de soldadura, luego me dediqué a otros oficios, entre ellos la plomería —cuenta Lupe—. Fui a Estados Unidos porque un amigo me invitó. Yo pasaba muy malas rachas, pero tenía dinero ahorrado y un patrón muy mi amigo que me ofrecía ayuda para irme. Primero se fue el hermano de mi amigo. Mi inquietud aumentó, me convencieron y decidí. Tenía 20 años.
Lupe vivió casi 27 años en Estados Unidos. Llegó a Panorama City, en California. En el Valle de San Fernando trabajó con sus primos en la instalación de tablarroca. “Llegué y al otro día ya chambeaba como chalán; no me iba bien económicamente: producía como oficial y ganaba como peón. Allá todo mundo lucha por los derechos humanos, pero pocos los ejercen: cuando entraba un americano a trabajar, aunque fuera aprendiz, ganaba más que nosotros. Por eso busqué otro trabajo”.
Sabía soldar, se empleó en la hechura de estructuras de acero. Aprendió a utilizar soldadura MIG, un proceso por arco bajo gas protector y electrodo consumible. Ganaba nueve dólares por hora, bastante más que como tablarroquero, y al par de meses le subieron el sueldo a 12 dólares: “Me hice fabricante, me daban planos de lo que necesitaban y yo armaba la estructura. Había gente que ganaba hasta 25 dólares la hora, y a eso le tiraba. Con todo, entre la familia yo era Don: Don José, porque de entre la banda, la mexicanada, entre mis parientes yo era Don José porque ganaba más. Hasta que a mi primo le dieron trabajo de conserje en un edificio: se crió en el rancho, en su familia no sabían ni leer ni escribir. Yo vivía con ellos, dejé mi trabajo y los seguí a San Francisco: volví a la tablarroca ya con mejor sueldo y como sindicalizado”.
Regresó a Los Ángeles a trabajar de plomero. Empezaba a hablar inglés, ya dominaba algunas cosas del oficio y lo pasaron al área de Servicio y Reparación. A bordo de una Van brindaba servicio a domicilio, a casas habitación, reemplazando instalaciones domésticas, sobre todo.
—Fue hasta que dejé de trabajar en la fontanería que conocí a una muchacha hondureña. Nos llevábamos bien y tuvimos un hijo. Ellos siguen por allá, donde lo primero que hace todo mundo es comprarse carro.Yo nunca hice caso a los tickets, las multas por problemas de tránsito —confió José Guadalupe. Pensó que, como en México, con una mordida arreglaría todo. Ignoraba eso de ir a la Corte y con el juez solucionar el problema.
En una ocasión conducía un auto propio, recién adquirido. No le servían varios los faros, ni tenía licencia, tampoco seguro. Iba con varios amigos, cometió infracción y lo detuvieron. Pensó que lo deportarían, pero lo liberaron. “Pensé: no hay problema. Fui irresponsable. Más delante reincidí en un carro con los vidrios polarizados. Me citaron para corroborar que había cambiado los vidrios. La última vez me detuvieron en un carro recién sacado de la agencia, por estar mal estacionado; checaron mis datos, vieron todo lo que debía, así fue como caí a Tijuana”.
Aquí sigue Guadalupe, a quien le sirven los varios oficios que domina, “aunque pagan muy poco. El otro día vi en la televisión que los salarios son 20 veces menores que en USA. El primer trabajo que conseguí aquí fue en construcción y soldadura. Me sorprendía al ver cómo la gente abusa. Soy maestro, y me pagaban como aprendiz. Hasta el tercer año, fuimos a hacer un trabajo a Tecate, me subieron el sueldo. Me puse abusado y vi que podía
ganar más”.
A la familia que dejó en el Otro Lado nunca volvió a verla. La vida es tan agitada que la gente busca fugarse de manera muy sencilla. “Fue un trauma, algo muy fuerte que me dejó marcado. Tomaba mucho, un amigo me llevó a Alcohólicos Anónimos. Estaba cansado, no quería saber de nada, ya ni quería beber. “Entendí que lo que me pasaba era consecuencia de mis actos. Cuando me echaron para este lado, mi mujer venía, me dejaba una feria, traía cosas, traía al morro. Luego vino con el galán. No pude con eso. Le dije que me olvidara, que atendiera sus cosas. Ella se retiró. Yo podía mantenerme, no tenía que estar perreando como mucha gente que vaguea, come de la basura, se acostumbran a la miseria humana como cosa muy normal”.
José Guadalupe decidió y pudo trabajar aquí. “Cuando llegué me mandaron a la Casa del Migrante, luego a la casa de las monjas; viví en los albergues: es la trayectoria de todos los deportados. En el Desayunador del Padre Chava fui voluntario tres meses. Hago mi vida social, dejé la vida de la cantineada en la que muchos meten y terminan muy tristes, se acaban. Mis padres y mi abuela ya murieron. Podría ir a Zapopan y verlos, pero ya no será lo mismo. Prefiero no entorpecer la vida de nadie. Tuve otra pareja por acá, pero se me prendió: lastima ver cómo acá la gente se prende de la droga, se los acaba. La coca y el cristal y el alcohol Tonayán son lo fuerte. Varios de mis amigos se han muerto aquí por el Tonayán. Hay más gente muerta por Tonayán que por otras cosas. Y pues así ha sido mi vida”.
* Escritor. Cronista de Neza